Fosforescencias: Mario Vargas Llosa, la ciudad y la memoria que prevalece. Por: Gonzalo Carrasco Purull + Pedro Livni.
El pasado miércoles 13 de abril, el escritor peruano y premio Nobel de literatura 2010, Mario Vargas Llosa (Arequipa, 1936) se presentó en el Salón de Honor de la Casa Central de la Universidad Católica de Chile. Frente a una sala absoluta – llena de fieles lectores y admiradores – Vargas Llosa discutió sobre un tema que si bien no es su especialidad, aparece reiteradamente en su obra literaria. Porque Vargas Llosa vino a Chile a hablar de las relaciones entre literatura y ciudad. Traído a Chile dentro del marco del ciclo “La ciudad y las palabras” – actividad de extensión organizada por el Programa de Doctorado de Arquitectura y Estudios Urbanos de la Universidad Católica de Chile y por la incansable labor de la gestora cultural Loreto Villaroel – la participación del escritor peruano se suma a anteriores visitas notables. Julian Barnes, Michel Houellebecq, Alan Pauls, Richard Ford, Ian McEwan, Jonathan Franzen y Andrés Neumann, han sido solo algunos de los escritores convocados para – y desde la literatura – hablar, discutir e imaginar la ciudad.
Entrevistado por el profesor Fernando Pérez Oyarzún – quien recientemente participó en la BAL 2011 de Pamplona – Vargas Llosa hizo un recorrido a lo largo de su producción literaria, enfatizando el importante rol que juega dentro de la construcción de las ciudades, las ficciones. Para Vargas Llosa, la ciudad la inventan tanto los arquitectos y urbanistas, como los escritores. En donde la memoria – construida en parte por la literatura – es lo que prevalece. Paris no se podría entender sin Víctor Hugo, como tampoco Londres sin Dickens, Moscú sin Dostoievski, o Lima sin Ricardo Palma.
La distancia.
Pero para hacer posible la labor de la literatura dentro de la construcción de esa memoria, a veces es necesario trabajar desde la distancia que da el viaje. La distancia otorga la perspectiva necesaria. La nostalgia, los recuerdos, realzan ciertas imágenes, sobre-escribiendo la imagen de una ciudad.
La distancia activa así una serie de mecanismos, nacidos desde una relación formada en parte desde el afecto – positivo o negativo – y la nostalgia, la pérdida. Es sólo ahí cuando la pluma del escritor puede registrar los contornos netos de barrios, rincones y lugares.
Lima.
Vargas Llosa tiene una relación complicada con Lima, una relación que no puede separar de su biografía. Para él, la ciudad siempre es un asunto personal. Descubierta a raíz del reencuentro con un padre que se mantuvo ausente durante su infancia, Lima para Vargas Llosa significó el descubrimiento de la vida como adulto. En Lima descubrió la soledad, el miedo y la violencia. Es así como Conversación en la Catedral (1969), estuvo escrita desde ese estado de frustración y derrota. Un tono desencantado de quienes como el propio escritor, no se resignaban a un Perú en plena dictadura.
El mar.
Para Fernando Pérez, Lima leída a partir de la obra de Vargas Llosa mantiene una fuerte relación con el mar, el cual siempre está presente. Para el escritor peruano, esta es una relación que habla más de una situación pasada, cuando barrios como Miraflores y Barrancos eran considerados balnearios. La vida estaba lejos del mar, una distancia que para Vargas Llosa se explicaba en parte por el miedo tenaz a los terremotos y maremotos que asolaban las costas peruanas.
Hoy en día Lima le ha ido perdiendo el miedo al mar, aproximándose. Desplazando el mismo centro en dirección al mar.
Un mundo huachafo.
Vargas Llosa pronto entendió los límites de unas herramientas heredadas en su juventud principalmente de parte de los escritores existencialistas franceses, para quienes como Sartre aspectos de la vida como el humor, estaban vedados. Una obra de literatura que se apreciase de seria, debía necesariamente que renunciar a la sonrisa.
Es así como Vargas Llosa logra registrar otra parte riquísima de la vida moderna – tales como el mundo de los radioteatros – desde una clave profundamente peruana, como es la “huachafería”. Por la cual se entiende un especial tipo de cursilería, una impregnada por una cierta sensiblería. Una visión huachafa del mundo, a través de la cual se lee toda la realidad, incluyendo el paisaje y la ciudad.
El mundo de la huachafería es para Vargas Llosa el mundo de la sobre-adjetivación. El mundo del radioteatro, la telenovela. Una manera de describir de forma irónica el mundo. Una mirada que aunque Vargas Llosa no lo declara, posee la intensa sonrisa del post-modernismo. Una construcción de la realidad que actúa como una fosforescencia, en donde y a través del adjetivo, se fija el mundo a los sentidos, activando un enfoque desde y a través de la cualidad sensible de las cosas que nos rodean.
La mirada huachafa funciona por lo tanto como contrapartida a la del modernismo, como su envés. Una fosforescía que se activa, cuando esta otra duerme o se aquieta.
Contra-identidad.
Vargas Llosa siente una profunda sospecha por el concepto de “identidad”. Para él, el que un país no tenga identidad, más que una carencia, constituye un valor. La identidad para el escritor peruano, significa una búsqueda regresiva, una especie de “llamado de la tribu”, que excluye la posibilidad de la diversidad, de que un país pueda ser varias cosas a la vez.
Esto lo ve en el Perú, sobre cuyo territorio ve superponerse una gran diversidad de geografías y épocas históricas. Por el contrario, la defensa del concepto de identidad, actúa como una contra-modernidad, que busca fijar a los pueblos a ficciones y construcciones imaginadas por un sector minoritario de la sociedad.
Estas ficciones o narraciones totales, se encuentran muy cercanas al concepto de utopía. Que si bien para Vargas Llosa no es sólo posible – sino que más aún – deseable en el ámbito de la obra de arte. No sucede lo mismo en otros ámbitos, como el de la política. En donde las utopías irremisiblemente terminan en la construcción de mundos de pesadilla. La política – y por lo tanto la democracia – para Vargas Llosa es el campo de la mediocridad. La democracia a diferencia de la obra de arte, no busca la perfección. La democracia es el dominio de la mediocridad.
De ahí el gusto que siente Vargas Llosa por héroes imperfectos, como Roger Casement (1864-1916), cónsul británico en el Congo a principio del siglo XX y amigo del escritor Joseph Conrad. Quien fue uno de los primeros que de denunció públicamente las atrocidades del sistema colonialista en África, provocando el derrumbe de la buena conciencia de los colonizadores. Este tipo de héroes prefiere Vargas Llosa, más humanos por lo falibles, que se alejan de la perfección que rodea a los héroes nacionales construidos a partir de las historias oficiales. Nuevamente la mediocridad como justa medida.
La calle
Para Vargas Llosa la vida ajena, está en la vida de la calle. Y esta es registrada principalmente desde el periodismo. El periodismo es el medio de relacionarse con la actualidad, mediante el cual la vida de la calle entra e impregna a la vida. El periodismo para el escritor es la literatura que da a entender la vida.
Fosforescencias.
La posibilidad que la ciudad contemporánea sea pensada e imaginada más allá de la esfera de los profesionales de la ciudad, da pistas acerca de cómo pueden ajustarse las herramientas tomando como modelo un oficio a través del cual la ciudad primero que nada se lee, para luego – y sólo luego – trazarla. En un trazado que desde la ficción, fija barrios, lugares y paisajes. Dejando que sea la memoria la que en definitiva prevalezca. Una memoria, que para un mundo carente de grandes narraciones, es quizás un asunto más urgente y apremiante. Un mundo en donde la literatura actúa como una fosforescencia, que se adhiere a las superficies de nuestras ciudades contemporáneas, iluminando nuestra experiencia. VKPK.