La crisis embotellada. Agua, emergencia y ciudad contemporánea (las lecciones de Fukushima)


La crisis embotellada. Agua, emergencia y ciudad contemporánea (las lecciones de Fukushima) By: Gonzalo Carrasco Purull.

Los días posteriores al terremoto de Japón del pasado 11 de marzo no dejan de darnos lecciones. Lecciones que han sido impartidas en medio de unos meses de realidad acelerada, en donde del estupor hemos pasado al vértigo. Una realidad que por momentos parece sobrepasar el Match 1.

La última lección de Fukushima parece ser acerca de los recursos. Y uno tan básico, elemental y antiguo como es el agua. Los recientes anuncios dados por las autoridades sanitarias japonesas hablan de que la radiación liberada desde Fukushima ha contaminado al agua potable. Específicamente a través de la presencia de yodo 131, en unas cantidades que alcanzan un nivel de 210 becquerelios por litro. Superando  así el límite recomendado para los niños, que alcanza tan sólo los 100 becquerelios por litro. La presencia de esta sustancia es sumamente peligrosa para niños y mujeres embarazadas, siendo la principal amenaza el cáncer de tiroides. Afección que después de Chernobyl fue la principal causa de muerte de más de 6.000 personas, contaminadas a través del consumo de leche con altos niveles de yodo 131.

Aunque todavía para los adultos los niveles de yodo 131 presente en el agua potable no superan los límites recomendados para los adultos (300 becquerelios), la incertidumbre acerca de cómo serán los días venideros  ha llevado a la población japonesa a agotar prácticamente el total de agua embotellada presente en el mercado. Es así como los pasillos de los supermercados japoneses – que hace unos días se mostraban suficientemente abastecidos –  hoy lucen vacíos de botellas de agua. Mientras las últimas informaciones hablan de ciudadanos cargando por las calles de Tokio entre 20 a 30 botellas de ½ litro, las autoridades niponas estudian la posibilidad de importar agua embotellada durante los próximos días.

Nuevamente la crisis de Fukushima parece estar poniendo en evidencia – y de la peor manera – cuales son y serán los fundamentales temas de la agenda de la ciudad contemporánea. No es un misterio que el agua urbana ha sido un creciente problema para la planificación y administración de las ciudades modernas. Sólo por poner algunas cifras. Únicamente si consideramos  el consumo global de agua embotellada, esta  se ha cuadriplicado entre 1990 y 2005. Siendo su consumo únicamente en Estados Unidos de alrededor de los 34 billones de litros por año.

Por otra parte, el último tiempo ha estado marcado además por un fuerte cuestionamiento en torno a las consecuencias negativas que tiene el consumo de agua embotellada. Siendo la principal de estas críticas la que se deriva  del empleo de embases fabricados en PET (Tereffalato de polietileno), el cual requiere altísimos niveles de energía para su producción. Tan sólo en Estados Unidos, el plástico empleado para la fabricación de estas botellas se calcula que tiene un costo equivalente a 15 millones de barriles de crudo al año. Eso sin contar los costos y la contaminación que implican su trasporte.

Mientras que esta polémica estaba motivando a algunas autoridades urbanas a privilegiar otros sistemas de distribución de agua, la reciente emergencia de Fukushima ha devuelto al  agua embotellada su protagonismo. Y he aquí el que puede llegar a convertirse en uno de los principales problemas a futuro, ya que el agua embotellada se perfila como  la única forma segura de distribución de agua para un medio ambiente altamente contaminado. Esto, dado que el agua contaminada por radiación rápidamente se propaga hacia el resto del ambiente. Y esto de diversas formas, que van más allá de su consumo directo.

En Japón se prevé que el agua contaminada con yodo 131 esté presente en los próximos días:

–          En el agua extraída del mar a través de plantas desalinadoras.

–          En los pescados y mariscos, base de la alimentación japonesa.

–          En el aire, como vapor producto de los procesos de las plantas desalinadoras.

–          En el agua del subsuelo.

–          A través de la lluvia sobre las ciudades y cultivos. Y desde estos últimos, a la leche y a toda la cadena alimenticia.

–          A  través del agua condensada generada por los equipos de aire acondicionado residenciales y la humedad presente en el aire.

 

Es así como la botella aparece no sólo como una solución temporal para la distribución segura de agua a la población, sino que también como una  metáfora de una forma – la peor – de cómo podemos relacionarnos con un ambiente urbano  altamente contaminado.

La botella de plástico y la burbuja parecen de esta forma fusionarse en una misma imagen. Imagen similar a la concebida por Bucky Fuller sobre Manhattan, o mejor aún en el proyecto para la Bahía de Tokio diseñado en colaboración con Shoji Sadao. En donde la arquitectura aparece como el último refugio para un ambiente evaluado como hostil. VKPK.

 

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