
Superpool: imagen de «KITO versus TOKI : Tactics for Resilient Post-Urban Development». Estambul, Turquia, 2014
En el jardín de juegos del Urbanismo Táctico.
Por: Gonzalo Carrasco + Pedro Livni, VKPK
El año que recién acabo, finalizó con una interesante polémica que se dio entre el The New York Times y Architect, publicación dependiente del American Institute of Architects. ¿El motivo?, el articulo “How to Rebuild Architecture?” que prepararon el periodista Martin C. Pedersen y el arquitecto Steven Bingler. En donde y apelando a la opinión de “un hombre de a pie” (en este caso específicamente la propia madre de 88 años del propio arquitecto), se abordó el que para los autores resulta ser el problema fundamental de la arquitectura y las ciudades contemporáneas: como es el alejamiento del arquitecto de las necesidades espirituales y físicas de las personas en general en pos de responder exclusivamente a las necesidades una élite. Apelando a un populismo que recuerda a ratos las críticas que un Tom Wolfe popularizo en plena era Reagan en su posmodernisimo “¿Quién le teme a la Bauhaus feroz?”, Bingler y Pedersen critican la arquitectura contemporánea descrita bajo la hegemonía por las pretensiones de un pequeño grupo de “star-architects” y sus millonarios patrones, Donde la arquitectura queda sumida exclusivamente a la producción de extraños objetos destinados casi únicamente a sorprender y mantener entretenidos (por un tiempo) a un pequeño segmento de la población como son los arquitectos y sus comitentes.
La respuesta a este panorama llegó el 23 de diciembre de la mano del crítico de arquitectura Aaron Betsky a través de su artículo “The New York Times Versus Architecture” en donde refutó los argumentos de Bingler y Pedersen desde tres dimensiones, como son: (1) la opinión esgrimida por los autores de que la arquitectura contemporánea es «fea» respecto a los estándares empleados por una supuestamente mayoría de la comunidad, (2) que esta arquitectura es proyectada sin consulta de las personas, respondiendo únicamente a los deseos y preocupaciones de los arquitectos, y (3) que una vez construidos estas no funcionan.
Apelando a una posición que retrotrae inevitablemente a otra discusión de la década de los ochenta, como fue la que tenía relación con la defensa de la experimentación en arquitectura como casi el único medio por medio del cual poder romper el status quo social, económico y político, es que Betsky recuerda que la primera respuesta que causaron en un primer momento obras clásicas como el Panteón o las iglesias y villas de Palladio fue justamente de extrañeza o de incluso abierta polémica.
Si bien esto resulta históricamente acertado , también es cierto que la sola experimentación no ha asegurado ni puede asegurar el buen resultado de una obra. Un filón argumental abierto por Betsky que pareciera no ser suficiente para contrarrestar a la ultra-conservadora posición defendida por Bingler y Pedersen. Sobre todo frente al hecho de la evidente impotencia que ha mostrado la profesión ante eventos “de la pura necesidad” y de la emergencia, como resultan ser las catástrofes de todo tipo que de manera cada vez más frecuente parecen poner a prueba a los arquitectos a escala global. Unos antecedentes que parecen ser uno de los factores realmente contemporáneos que está experimentando una disciplina que tiene que operar desde su propia especificidad con los problemas y desafíos de más de siete mil millones de potenciales clientes.
Pero donde Bingler, Pedersen y Betsky (extrañamente) coinciden es en la necesidad de que el arquitecto consulte a sus clientes respecto a sus decisiones de proyecto, necesidad que en ambos casos es elevada a un estatus de “imperativo moral” de la profesión. Sin embargo, desde donde es abordado este requerimiento es donde surgen las diferencias. Mientras que para Bingler y Pedersen la consulta al cliente (¿hablaríamos de “usuario” en los 50?) se reduce al servilismo acostumbrado en los grandes despachos – que puede resumirse en frases del tipo de “hay que darle al cliente lo que él quiere”- para Betsky, quien no tiene problemas en afirmar (la tragedia tafuriana de la arquitectura) de que “la verdad es que la arquitectura no está hecha por o para un amplio espectro de la población (sino que), está hecha para aquellos que tienen los medios para encargarla, reflejando sus valores y prioridades”, el camino hacia donde dirigir los esfuerzos en pos de una mayor correspondencia entre los intereses de arquitectos y quienes habitan sus obras resulta ser la reciente exposición “Uneven Growth: Tactical Urbanism for Expanding Megacities” presentada en el MoMA desde noviembre pasado.

Las «narrativas» habitacionales de Cohabitarion Strategies, en un ejercicio que busca describir las desigualdades en justicia de vivienda en Nueva York, desde sus actores sociales: ciudadanía, activistas, artistas, escritores, líderes comunitarios, académicos y expertos urbanos.
Bajo la curatoría de Pedro Gadanho y participe de una línea expositiva inaugurada por Lewis Mumford antes de la Gran Depresión y su estudio sobre el déficit habitacional, así como de la exposición de 1967 sobre alternativas a los planes de renovación urbana en Nueva York, es que Uneven Growth se presenta como la tercera entrega de las muestra precedentes Rising Currents: Projects for New York´s Waterfront (2009) y Foreclosed: Rehousing the American Dream (2012). Es así que “Uneven Growth” parte desde el diagnóstico de que hacia el año 2030 se espera que la población mundial alcance los ocho mil millones de personas, de las cuales dos tercios vivirían en ciudades y donde la gran mayoría lo haría en la pobreza. Condición que exigirá de las autoridades, planificadores, proyectistas y economistas trabajar en conjunto para poder enfrentar las catastróficas consecuencias que podría llegar a tener este crecimiento de las ciudades en términos de desigualdad y una radical polarización entre riqueza y pobreza.
Con colaboraciones de David Harvey (The Crisis of Planetary Urbanization) y Saskia Sassen (Complex and Incomplete: Spaces for Tactical Urbanism) y una serie de casos de estudio desarrollados en un workshop desarrollado en 14 meses, es que una serie de equipos interdisciplinarios busca reflexionar sobre los escenarios futuros de metrópolis como Estambul (Europa), Rio de Janeiro (Sudamérica), Nueva York (Norteamérica), Mumbai (Asia del sur), Hong Kong (Asia del Este) y Lagos (África), en una aproximación que tal como lo ha declarado Barry Bergdoll pretende instalar un “modo activista de la curatoría”. En que partiendo de la premisa profundamente desoladora y anti-utópica de que “los asentamientos informales o favelas (…) están aquí para quedarse (por lo que se) requiere de una intervención selectiva antes que una total demolición, a fin de lograr un mejor vivir cotidiano y una mejora en los lazos de la comunidad” (Barry Bergdoll), a partir de acciones propuestas desde el concepto del “Urbanismo Táctico”.
Formulado a partir de la crítica frente al urbanismo tradicional “top-down” o “Hard” , el “Urbanismo Táctico” propone una aproximación práctica al fenómeno urbano, abandonando cualquier enfoque totalizador u holístico frente al fenómeno urbano, con tal de activar directamente el espacio urbano desde intervenciones de ocupación fragmentarias, temporales y de bajo costo. Capaces de incitar cambios sociales o al menos su debate, desde la lógica de apropiación que frecuentemente aparece en el funcionamiento a diario de la ciudad informal. Una aproximación que ya había estado presente en el MoMA en algunas de las propuestas de la muestra “Small Scale, Big Change: New Architectures of Social Engagement” (2010).

Iglu, Mombai (2014). Instalación temporal diseñada por el estudio URBZ para ser instalada en la cubierta de una casaen Shivaji Nagar. La estructura en cuestión se ubica sobre la casa malva a la derecha de la imagen.
Y es justamente es al “imperativo moral” que daría la “ciudad informal realmente existente” legitimada en gran medida por las “personas de a pie” a que apelaban tanto Bingler, Petersen y el propio Betsky, es que se agrega una profunda desconfianza en las instituciones frecuentemente involucradas en las sociedades democráticas en el ordenamiento de la ciudad. Enfoque crítico que comparte el curador Pedro Gadanho cuando afirma que “movidos ideológicamente o económicamente inoperantes, la habilidad de los estados nacionales para intervenir en la ciudad contemporánea parece evidenciarse en todas partes”.
Y precisamente resulta ser la dimensión política – generalmente la vía a través de la cual se espera que las personas expresen sus necesidades y problemas – la que resulta ser la gran ausente en el enfoque propuesto por el “Urbanismo Táctico”. Ausencia que resulta aún más grave en sus potenciales consecuencias, cuando el mismo Gadahno en su apocalíptica descripción que hace del porvenir de las ciudades (desafortunadamente al parecer bastante real en un futuro no muy lejano), no aclara como intervenciones “blandas” como las presentadas en la muestra, podrían vérselas con los problemas de habitación, infraestructura, transporte o energía que exigen los millones de habitantes de las ciudades estudiadas. Una envergadura del problema donde la aproximación populista aparece lamentablemente insuficiente en desmedro de medidas totalizadoras, de mayor complejidad, como son aquellas que provienen generalmente del “urbanismo duro”. En donde las decisiones acerca de la ciudad requieren el entrar de lleno en la dimensión política del urbanismo (tautología que resulta cada vez más necesario subrayar) en vez de adoptar las estrategias de la informalidad, con soluciones que en algunos de los ejemplos expuestos lindan peligrosamente con las lógicas del «hagalo-usted-mismo» sin Estado y en definitiva, sin una ciudadanía entendida esta como un cuerpo más amplio que el del barrio o la vecindad. En unas «tácticas» que trabajando muchas veces desde la infografía y de una estética que recuerda en más de un caso los ambientes virtuales de los «Sims«, es que la ciudad aparece casi tan abstracta como es representada generalmente por el urbanismo de corte más «hard«.

Inteligencias Colectivas, prototipos para la ciudad de Lagos, Nigeria (2014). Cada uno de estos prototipos se proponen para solucionar tres dimensiones de la infraestructura de esta ciudad africana de más de veinte millones de habitantes: energía, agua y transporte.
Pero en donde falla el “Urbanismo Táctico” es en sustraerse de la posibilidad de cambios verdaderamente estructurales que permiten la declarada inoperancia de un “urbanismo duro”. En vez de esto, lamentablemente los equipos se abandonan en una especie de “appeal” de la participación y el activismo, donde la misma responsabilidad disciplinar del arquitecto queda diluida en una serie de «actores». Adoptando un “modo activista” de la profesión, que apoyado en el revuelo que hace no tanto tuvieron los diversos movimiento Occupy a escala global, mucho idealismo en algunos casos y en – seamos sinceros – en un no menor grado de oportunismo y búsqueda rápida del reconocimiento de arquitectos de la Selfie-generation, es que el «Urbanismo Táctico» a pesar de su aparente desconfianza en el ejercicio tradicional de la profesión, es víctima de un optimismo acrítico respecto a los verdaderos alcances de sus propias acciones. Un optimismo que (peor aún), avalado desde la superioridad moral que da el «darle a la gente lo que ellos verdaderamente quieren y necesitan», hacen del diseño (cuando lo hay) y de las metodologías participativas la manera con que «salvar al Mundo».
Muy lejos de las búsquedas por acercar lazos entre la arquitectura y las comunidades presentes en algunas de las experiencias de los miembros del Team X – basta mencionar las experiencias de un Aldo van Eyck y sobre todo Gian Carlo de Carlo que sí abordó el encargo desde su dimensión política – en donde el arquitecto no abandona su responsabilidad frente a un diseño (acertado o no). O de abiertas “estrategias de la provocación” presentes en movimientos como los Situacionistas o en algunas experiencias de la escena performativa realizados en la década de los setenta, es que el “Urbanismo Táctico” aparece como una aproximación al fenómeno de las ciudades contemporáneas que construye su legitimidad casi únicamente en su posición aparentemente «outsider» o de rebeldía frente al ejercicio tradicional de la profesión. En donde la calidad de las intervenciones, su pertinencia o la efectividad de sus resultados, son blindados frente a la crítica desde la precariedad misma desde donde se trabaja o en la mayor o menor participación de la comunidad en estas.
Porque si bien el povera puede ser una aproximación válida a la arquitectura, no queda claro en muchas de las intervenciones propuestas si hay en ellas algo más que la sola producción de una solución ingeniosa, casi de bricolage a lo que se reduce el rol del arquitecto. En donde incluso su buscado efecto provocador se pone en entredicho al comprobar el beneplácito que obtienen del “establishment” al cual aparentemente se enfrentan. Donde no solo se le tolera, sino que se le promueve. Hecho del cual son evidencia tanto su presencia en un museo como el MoMA, así como su incorporación en diversos programas académicos de pre o posgrado, contexto en donde si tienen sentido como primera «bajada a tierra» de los estudiantes a la ciudad.
Pero donde resulta efectivo el “Urbanismo Táctico” es tal vez en lo que Betsky declara, tal vez cínicamente pero de forma efectiva, como es la evidencia de la tragedia de la misma arquitectura, de que esta aún no logra resolver el hecho de que hasta al menos el siglo XIX estaba pensada únicamente para reflejar los deseos, aspiraciones y necesidades de unos pocos. Una tragedia que la arquitectura moderna intento revertir y que tal como señaló Tafuri, fracasó estrepitosamente. Una tragedia que alcanza también a gran parte de los populismos que han surgido recientemente, donde el futuro de la disciplina y de las ciudades se empantana en una informalidad que parece convertir a las metrópolis en una gran favela global. Porque existe una especie de tragedia detrás del Urbanismo Táctico, en donde la arquitectura y la ciudad se convierten en una suerte de “playground” de la ciudad tardo-capitalista. Un patio de juegos en donde a los arquitectos, a las comunidades y sus intervenciones temporales, se les tolera mientras las decisiones de la ciudad real son tomadas en otra parte. VKPK
Uneven Growth: Tactical Urbanism for Expanding Megacities, MoMA, Nueva York (Nov. 2014 – May. 2015). Curador: Pedro Gadanho. Expositores: Cohabitation Strategies (Rotterdam, Nueva York), Situ Studio (Nueva York), MAS Urban Design (ETH, Zurich), RUA Arquitetos (Rio de Janeiro), POP Lab (MIT, Boston), URBZ (Mumbai), Inteligencias Colectivas (Madrid), NLÉ Architects (Lagos), MAP Office (Hong Kong), Atelier d`Architecture Autogérée AAA (Paris), Superpool (Estambul).