R E S I S T E N C I A S
Ante una escena contemporánea caracterizada por la incertidumbre y el constante cambio, es que el seminario Resistencias se propone como una instancia desde donde poder abordar algunos de los problemas que colaboran a la construcción de una agenda en permanente transformación. Una agenda en estado gaseoso, que se encuentra más allá de la consistencia monolítica propia de las certezas. Una agenda elaborada más bien, a partir de la materialidad precaria de las interrogantes.
Confiando en la fortaleza de la discusión como primer lugar para el conocimiento, es que el seminario Resistencias se propone como una instancia en donde poder confrontar diversas miradas y voces que permitan construir enfoques aún provisorios, desde los cuales poder dar cuenta de una contemporaneidad de difícil descripción, análisis y sobre todo, acción.
Es así como el seminario Resistencias busca el trazado de unas cartografías de partículas – mapas sobre la arena – que ayuden desde las exploraciones individuales, a poder vislumbrar posibles rutas sobre las cuales avanzar hacia nuevas parcelas del conocimiento.
C A M P O S
A r t e y a r q u i t e c t u r a (y v i c e v e r s a)
Miércoles 10 de agosto de 2011, 18:00 hrs.
Salón Sergio Larraín, El Comendador 1946.
Invitados: Smiljan Radic / Cristóbal Amunátegui / Sebastián Pearce Rioseco / Fernando Pérez Oyarzún
Autores como Rosalind Krauss, y más recientemente Anthony Vidler, han hecho notar la dificultad que entraña el poder hablar de obras – tanto de arte como arquitectura – que parecen escapar a las categorías tradicionales de lo que es considerado arte, paisaje y arquitectura. Más allá del establecimiento de categorías – muchas de ellas restrictivas – es que se ha acudido al concepto de “campo”. Un término que busca entender a la obra justamente desde la negatividad: lo que “no es”. Sin embargo un campo es sobre todo la constitución de un lugar. Es la extensión más allá de los límites. En las ciudades amuralladas el campo era lo que quedaba fuera, lo que estaba sujeto a otras leyes que no eran las de la ciudad. El campo también se constituye como aquella tierra laborable, de trabajo, de producción, el ámbito propio de la obra, del proyecto. Unas tierras ideales para el cultivo, del cuidado, de la cultura. El campo asimismo, fue por mucho tiempo el escenario de los duelos, de las justas. El espacio elegido para salir a enfrentar un desafío. Un espacio también de juego, de reglas y jugadores: un campo de deportes. Pero también el campo es aquello que está al fondo de la pintura, aquel espacio vació, vacante, disponible de ser completado, de ser llenado. En física el campo es un tipo de magnitud, de fuerzas entre partículas. Partículas que se repelen y se atraen. Un campo por lo tanto admite la resistencia. ¿Pero a qué se puede resistir hoy en día una obra de arte y arquitectura?
Walter Benjamin en su célebre definición de la Historia remitía, a partir de una obra de Paul Klee, a un ángel empujado irremisiblemente hacia delante, mientras detrás de él ruinas de ciudades y comarcas se acumulaban. Allí – detrás del ángel – se amontonaban aquellas cosas cotidianas que nos acompañan a diario. Todos aquellos objetos triviales, ordinarios y anónimos: La humedad bajo una piedra, el brillo sobre el pavimento de la casa de nuestra infancia, la imagen de unas hojas secas arremolinadas en una alcantarilla, la espesa bruma al amanecer de un día de invierno, el musgo creciendo sobre el muro de la casa de los padres, el filo de la hoja de un libro, una calle en Venecia, un atardecer en Chiloé.
Si partimos de la premisa – provisoria e incompleta – de que el arte rescata aquello que merece ser recordado, es que podemos comprender aquello que puede buscar toda obra: salvar aquello que está ya condenado a desaparecer. Una búsqueda que implica muchas veces una expansión de la mirada, una mirada que va más allá de las disciplinas tradicionales. Una búsqueda – que al igual que el ángel de Benjamín – sabe que no podrá reconstruir aquellos mundos dejados atrás por el progreso, para lo cual se vale de la memoria, de los vestigios de lo ya vivido. Un desafío en donde la obra aparece como lo siempre nuevo, aquello que media entre la diferencia y la repetición. Un trabajo llevado a cabo desde un campo que es lugar, frontera, duelo, juego, fondo, y fuerzas. Un campo que es resistencia frágil ante lo desechable, lo espectacular, lo “bigger”, todos aquellas latitudes hacia donde soplan los fuertes vientos del paraíso del progreso.
Temáticas de discusión.
Miradas expandidas, miradas intensivas.
Nos interesaría profundizar en cómo la obra colabora en la construcción de una mirada expandida, una que trascendiendo el propio ámbito disciplinar, busca en otros campos los materiales con cuales darle forma. Importante sería conversar acerca de la posición o lugares desde donde se construye esta mirada. Miradas que pueden partir desde al arte hacia la arquitectura, o viceversa. Poder discutir sobre las diferentes dimensiones que atraviesa esta mirada en la obra. Asimismo, el poder conversar acerca del papel crucial que adopta el lugar – físico o cultural – desde donde la obra construye esa mirada. Una concepción de lugar, en donde los trazos, los vestigios de lo existente, y el mismo lugar transformado (activado) por la obra, colaboran en la formación de una particular mirada, una particular manera desde donde ver el mundo.
Memoria: la obra y el rescate de lo que vale la pena ser recordado.
Entendiendo la realización de toda obra – de arte, de arquitectura – como una resistencia al olvido – , en donde la obra rescata lo que vale la pena ser recordado, es que interesaría conversar acerca de cómo la memoria trabaja tanto en la producción de la obra, así como en las asociaciones entre ésta, el lugar específico que ocupa y el sujeto que la experimenta. Memoria que también apela a la importancia de la experiencia – vivida, leída, observada (libros, películas, viajes) – dentro de la construcción de la obra.
Siempre nuevo: entre la diferencia y la repetición.
Mientas que la escena contemporánea parece exaltar por un lado la novedad permanente, por otra parte parece consumir constantemente los objetos culturales, convirtiéndolos en unos artefactos sumamente frágiles, sujetos tenazmente a la caducidad y obsolescencia. Nos interesaría discutir como la propia obra actúa en estos escenarios, en donde a ratos lo raro, lo inmenso (“bigger”), lo espectacular, aparecen muchas veces como aquello que se espera de una obra. ¿En qué medida la obra puede construir una resistencia al olvido propio de lo desechable? ¿Qué puede aportar el artista y su obra a una escena en que el arte parece haber sido incorporado por algunos sectores de la sociedad a la industria del entretenimiento y del espectáculo? ¿Cuál es la esperanza a la cual se puede aferrar el artista cuando todo parece trabajar hacia la desaparición de la obra? ¿Y cómo esto negocia con el imperativo de crear obras desde la diferencia, o sea, desde la novedad. VKPK