En contra del concepto de identidad o ¿cómo acabar (de una vez por todas) con la cultura arquitectónica? (Parte I). Por: Gonzalo Carrasco Purull.
De manera similar a la obra de Woody Allen “¿Cómo acabar de una vez por todas con la cultura occidental?”, la siguiente sección busca ofrecer, a través de la crítica de conceptos fuertemente arraigados a la cultura arquitectónica contemporánea, una posible salida a un escenario caracterizado por el cinismo, la complacencia y la cultura de la celebración.
Las recientes polémicas suscitadas en torno a la construcción de un mall en el centro histórico de Castro (http://goo.gl/N9s8u), han devuelto a la palestra los cada vez más comunes conflictos entre las llamadas “culturas locales” y los efectos físicos de la ampliación del capitalismo global. Entre los defensores del proyecto – autoridades locales, empresarios, etc. – los argumentos que se han esgrimidos han sido los acostumbrados en estos casos: progreso, desarrollo, modernidad, emprendimiento, representación de los valores locales en el tratamiento de las fachadas e incluso “descentralización”. Todos argumentos cínicos del tipo “no ves que nos interesa un bledo los valores locales, pero igual te decimos que nos importan”. Argumentos como estos, ya no sorprenden, son parte de los discursos del capitalismo global que da alguna manera ya sabe uno como lidiar : su desenmascaramiento – a través del ejercicio de la crítica – de la ideología sobre la cual se apoyan estas operaciones, mostrando las verdaderas intenciones detrás de ellas, de forma similar al proverbial cuento de Hans Christian Andersen “El traje nuevo del emperador” («actúa como si estuviera vestido elegantemente, pero no sabe que está desnudo«).
Sin embargo lo que sorprende ha sido la naturaleza de los argumentos esgrimidos por quienes uno espera que den cuenta del “bando contrario”, quienes se oponen al proyecto. Unos (los menos), han centrado sus argumentos en torno a si el proyecto vulnera la normativa vigente, de si lo permite la ordenanza local, de si el permiso de edificación está aprobado, etc, etc. Una postura que en ningún momento cuestiona el proyecto en sí, sino más bien su aplicabilidad dentro del marco legal. Una postura que dirige los dardos fuera del objeto en discusión (el mall de Castro) para dirigirlo hacia la fiscalización de quienes se supone deberían velar por el “bien común”. La otra postura (la mayoría) ha optado por cerrar filas detrás del argumento de que el proyecto del mall vendría a constituir un atentado en contra de la “identidad” de las culturas locales, del “patrimonio” del lugar, etc. Y aquí es donde surgen los principales problemas. Por que ¿qué se entiende por “identidad”? ¿el empleo de tejuelas de alerce? ¿las costumbres actuales de los habitantes de Chiloé? ¿un pasado en común?
El solo intento de definición del concepto de “identidad” ya muestra su naturaleza contradictoria y profundamente reaccionaria. Esto ya que se pretende definir un “universal” a partir de una serie de “particulares” (el empleo de tejuelas de alerce, los palafitos, la gastronomía local, las creencias ancestrales, etc, etc.). “Identidad” por lo tanto pretende dar cuenta de una esencia, aquellos rasgos indivisibles a la naturaleza de algo (las referencias usuales al código genético apoyan muchas veces esta intención). Pero aquí la contradicción es doble. Si no bastara que una esencia sea definida a partir de una suma de “particulares”, se pretende que estos particulares tengan manifestaciones concretas en el mundo físico. Algo así como querer definir el concepto de Justicia a partir de una serie de objetos: el libro del código civil, el martillo del juez, el edificio de los tribunales, etc.
Por otra parte “identidad” en cuanto fundamento intrínseco a la naturaleza de algo (un lugar, una comunidad, etc.) necesariamente tiene que ser un concepto inmóvil que no tolera el cambio. En cuanto esencia, si es modificada se desnaturaliza, deviene en otra. Y aquí es que aparece otra contradicción detrás del concepto de “identidad”. Aceptando el hecho de que toda identidad no puede ser modificada o alterada sin convertirse en otra cosa, ¿cómo es que se llegó a construir, a cristalizar? Quienes hablan de “identidad” olvidan que todos los particulares – y que son justamente los rasgos que buscan defender y mantener, en un momento fueron “construidos”. En algún momento alguien encontró que la mejor manera de proporcionar una envolvente capaz de hacer frente a las intensas lluvias era a través del empleo de la tejuela de alerce. En algún momento alguien encontró que las fundaciones a partir de pilares de madera era la mejor forma para protegerse del agua al mismo tiempo de mantener una proximidad con la actividad base de la vida económica de la isla, como era la pesca, etc., etc. Y es que quienes defienden el concepto de “identidad” asumen que en su misma génesis existe algo “natural”, una manifestación que estaría más cerca de las piedras, las montañas y los árboles que de la cultura entendida esta última, como una construcción eminentemente humana y por lo tanto “no natural”, sino profundamente artificial. Y es así que quienes defienden el concepto de “identidad” les cuesta concebir que en un momento un palafito – por poner un ejemplo – se constituyó como un artefacto que en su artificialidad se presentaba en oposición con la naturaleza circundante, que de alguna manera a través de su misma construcción buscaba ofrecer unas condiciones “temperadas”. No reconocer esto, implicaría afirmar que la naturaleza por sí misma ofrece todas las condiciones necesarias para el hábitat humano. 5.000 años de arquitectura parecen decir lo contrario.
Por esto es que resulta tan chocante el ver que el argumento de “identidad” muchas veces es utilizado junto al discurso de “desarrollo” y “modernidad”. ¿No era que la identidad es una serie de particulares que no pueden ser alterados? ¿Cómo es que se puede admitir la sola idea de “desarrollo” al mismo tiempo que se defiende lo que no puede cambiar?
Hasta aquí hemos revisado el concepto “identidad” en términos de su consistencia como argumento. Pero los problemas se multiplican una vez que se le analiza desde sus consecuencias políticas. Y es que “identidad” implica asumir una distancia entre el objeto a identificar y el sujeto que fija los “particulares” sobre los cuales establecer esta definición. En otras palabras, el concepto de “identidad” implica la definición de un “nosotros” un “ellos”. En su singularidad toda “identidad” requiere de la determinación de un límite entre quienes están dentro y quienes quedan fuera. Bajo el argumento de la “identidad” toda comunidad necesita se define como una parte, la diferencia. En este sentido, el concepto de “identidad” se encuentra en las antípodas de lo universal. Para definir su identidad una comunidad no sólo necesita determinar aquellos particulares constantes, sino que además requiere concebirse a sí misma como diferente del resto. Y dado que toda “identidad” se basa en la determinación de una supuesta naturaleza, cualquiera que no pertenezca o represente los valores de la comunidad aparecerá ante los iguales como un extranjero. Y es que políticamente hablando, el argumento identitario es fundamentalmente excluyente. Paradójicamente, si bien nace de una supuesta defensa de lo distinto, la “identidad” rechaza lo diferente. Cualquier tipo de mezcla es vista como una contaminación, algo impuro, un defecto y en el mejor de los casos un “híbrido”. No es extraño hallar tanto entre quienes defienden como atacan el proyecto de Castro, frases como: “los que opinan ni siquiera viven aquí” (entre quienes defienden) y “esta es la implantación de un modelo foráneo” o “quienes deciden sobre estos proyectos no son de aquí” (los que atacan).
Pero lector, usted se preguntará: ¿acaso no se estará llevando muy lejos esto, si sólo yo estaba tratando de defender la permanencia de los valores de las comunidades locales frente a la acción depredadora de las empresas? De acuerdo, pero también es cierto que hacer evidentes las consecuencias de los argumentos a través de los cuales defiendo mis causas es la manera responsable de asumir las decisiones contemporáneas. Y bajo este marco es que resulta insostenible la crítica a una mala planificación urbana y a un mal proyecto de arquitectura, sosteniendo la propia posición de un concepto tan reaccionario como es el de “identidad”. Y cuando hablo de reaccionario, quiero decir que lo que generalmente se presenta como un conflicto – entre globalización y culturas locales – no es tal, es una falsa disputa, la cual si bien en la forma aparece como posiciones opuestas, estas en realidad están más fuertemente vinculadas de lo que se cree.
Tal como lo ha registrado el experto en globalización Thomas Friedman, en un primer momento el capitalismo global se desarrollo como un proceso fuertemente desterritorializado en el cual los lugares de producción del capital eran separados en varios procesos, los cuales en la mayor de las veces no fomenta la concentración, sino todo lo contrario, la dispersión. Fueron los años de la explosión de las multinacionales y las franquicias, de la mc cultura, las cuales tuvieron expresiones físicas de una fuerte autonomía como fue la construcción del mismo concepto de mall. Sin embargo, la globalización en sus más recientes tendencias (al menos desde fines de los noventa), ha entendido – en medio de un mundo homogéneo – a hacer atractiva la diferencia. Lo diferente de pronto se volvió exclusivo. Y es que el capitalismo global ha convertido a la diferencia (de hecho, pura plusvalía) en una de las principales armas de la competitividad. Dentro de este marco es que las llamadas “culturas locales” han surgido no como el Otro al cual comprender y respetar, sino más bien como “una forma de vida” que consumir. Y es ahí donde el argumento identitario muestra sus fuertes vínculos con el capitalismo global ¿Cómo explicar entonces que para los promotores del mall de Castro sea prioritario emplazarse en el centro histórico de la ciudad, lugar fuertemente representativo de la “identidad” de Castro, a pesar del carácter fuertemente autónomo del programa propuesto? ¿Se explica sólo en términos de accesibilidad? De ser así lo más lógico sería emplazarlo junto a una carretera, como los centros comerciales de la década de los cincuenta. No nos engañemos, el discurso de la “identidad” – económicamente hablando – implica la determinación de clusters comerciales, de “nichos” que deben buscar “atraer” a través de la diferencia, de lo exclusivo, a los consumidores. Y aquí es donde los defensores identitarios muchas veces adoptan la posición cínica de quien pretende defender unos supuestos valores locales, mientras dejan como única opción de desarrollo para las comunidades la que tal vez es la actividad más característica del capitalismo global y una de las ambientalmente más depredatorias: el turismo.
De esta forma es que simultáneamente se argumenta “protejamos la identidad de nuestras comunidades locales” mientras se pone en marcha todos los procesos de simplificación cultural asociados al turismo de masas. ¿Y es que alguien pretende afirmar que el turismo de masas es coherente con la defensa de la “identidad” de las culturas locales? Cualquiera que haya pasado a una tienda de souvenirs se ha dado cuenta de que lo que está ahí presentado no es la verdadera cultura, que en cuanto proceso vivo, siempre está cambiando. Todo el movimiento detrás de la guía “Lonely Planet” justamente ha tenido su éxito como una respuesta al simulacro detrás de la cultura turística de lo “típico”.
De esta forma, la postura identitaria se alinea en cuanto pensamiento de una de las corrientes posmodernas fundamentales, como es el multiculturalismo. Una línea de pensamiento que tal como lo ha mostrado el filosofo Slavoj Zizek, no sólo forma parte de los discursos del capitalismo global, sino que en su formulación se puede entender como una forma de etnocentrismo:
“La forma ideológica ideal de este capitalismo global es el multiculturalismo: esa actitud que, desde una hueca posición global, trata todas y cada una de las culturas locales de la manera en que el colonizador suele tratar a sus colonizados: “autóctonos” cuyas costumbres hay que conocer y “respetar”. La relación entre el viejo colonialismo imperialista y la actual auto-colonización del capitalismo global es exactamente la misma que la que existe entre el imperialismo cultural occidental y el multiculturalismo. (…) Esto es, el multiculturalismo es una forma inconfesada, invertida, auto-referencial de racismo, un “racismo que mantiene las distancias”: “respeta” la identidad del Otro, lo concibe como una comunidad “auténtica” y cerrada en sí misma respecto de la cual él, el multiculturalista, mantiene una distancia asentada sobre el privilegio de su posición universal. El multiculturalismo es un racismo que ha vaciado su propia posición de todo contenido positivo (el multiculturalista no es directamente racista, por cuanto no contrapone al Otro los valores particulares de su cultura), pero, no obstante, mantiene su posición en cuanto privilegiado punto hueco de universalidad desde el que se puede apreciar (o despreciar) las otras culturas. El respeto multicultural por la especificidad del Otro no es sino la afirmación de la propia superioridad”.
(Zizek, Slavoj (2007). En defensa de la intolerancia. Sequitur, Buenos Aires-Ciudad de México-Madrid. Págs. 56-57).
Hablar en términos de “identidad” implica como dijimos, la definición de un sujeto que determina los particulares a salvaguardar o en el mejor de los casos, la identificación de un Otro para el cual se actúa. En el primer caso sería la determinación desde un poder central – la capital – desde donde se define cuales son las características que se necesitarían defender (el uso extensivo de la tejuela de alerce o la protección a los palafitos, por ejemplo). La otra opción consiste en que los mismos integrantes de la comunidad sean los que definan estas características. Sin embargo, en cuanto el único destino posible para ellas es el turismo, ¿para quién no están actuando, sino para los intereses de ese propio poder central?
Condenar a toda una comunidad a un único futuro – el de servir de destino turístico – aparece una decisión muchas veces sostenida por los propios intereses de quienes la disfrutan, desde la prudente distancia de su lugar de vacaciones. Chiloe vendría a ser algo así como la proyección del ideal de lo que falta en la capital: entornos poco contaminados, baja densidad de edificación, culturas ancestrales, low-tech, comida orgánica, etc. Pero decidir sobre el futuro de una comunidad basándose sobre la construcción de un ideal del Otro y no en el Otro Real, aparece en el mejor de los casos, injusto. Hubo un tiempo en que el desarrollo de las comunidades era sinónimo de la construcción de centros de producción (como puede ser la construcción de una industria). Hoy en cambio, se aborde este mismo desafío a partir de la construcción de lugares de consumo. Quienes creen que el desarrollo de Chiloé está en la construcción de un mall, no se percatan que las ganancias de las empresas que funcionen allí no quedarán en la isla, sino que por el contrario -y siguiendo las lógicas del capitalismo global – terminarán en el mejor de los casos en la capital, sino es que invertidas en diversos centros de inversión financieros mundiales. Lo que quedará en la isla será toda esa serie de trabajos precarios y mal remunerados o de subcontratación a los cuales nos tienen acostumbrados las expresiones físicas del capitalismo global. Y peor aún, suponiendo que el emprendimiento fracase ¿quién queda con el muerto?
Pero, llegados a este punto ¿es que no es posible acaso argumentar en contra de un proyecto que urbanamente, arquitectónicamente y ambientalmente es un desastre? Mientras sea la “identidad” el único argumento esgrimido, me temo que esto no será posible. Entenderlo asimismo como se le ha querido ver únicamente como un problema de gusto, de más o menos altura, de más o menos ventanas, de más o menos relación con las calles circundantes, de más o menos elementos y materiales locales, etc, etc. condena la enunciación de cualquier crítica a la impotencia hueca del “bello gesto”.
Tal vez la posible salida esté en entender el proyecto de Castro como lo que en definitiva es: una alteración radical al ambiente humano. Un enfoque que curiosamente dentro de todos los comentarios y opiniones surgidas por estos días (que han sido muchas) me ha parecido la más sensata y la más evidente de todas (que me la hizo notar de hecho alguien que está fuera de la “disciplina”, como es un físico). Diagnosticar de esta manera el proyecto de mall echa por tierra todos los problemas que trae el abordarlo como un problema de “identidades”. Lo de Castro – así tratado – estaría más cerca de un derrame de petróleo o de una fuga de radiación, que un problema de estilo o de representatividad de una “identidad” local.
Lo de Castro es un desastre ambiental causado por la acción del hombre. Y bajo este diagnóstico es que las soluciones no pasan por más o menos leyes, más o menos discusiones identitarias, más o menos referencias al derecho de comerse una hamburguesa o ir una multisala de cine, sino que abordarlo con las herramientas que caracterizan la forma como se enfrentan estos desastres (que de hecho, también pasa por la identificación de los culpables). Un enfoque que erradica el odioso “ellos” y “nosotros” del discurso identitario, por un más democrático y amplio “nosotros”. Ya que ambientalmente hablando el desastre de Castro también afecta al habitante de Santiago, como también al habitante de Nueva York o Nueva Delhi. Por que en Castro lo que se perdió no fue una fuente de turismo, ni unos “valores locales”, sino todo un ecosistema. VKPK.
Mis mas entusiastas felicitaciones sobre el argumento. Es con el que más me identifico de los que he leído hasta el momento.
Al respecto, quisiera comentar porque apoyo la moción de argumentar contra el Mall de Castro como desastre ambiental más que como desastre cultural. Los artefactos del consumo global, como bien has descrito, carecen de territorialidad específica. Su GLA (Gross Leaseble Area), layout, tenant mix –todos conceptos inventados en los cincuentas en Norteamérica con el fin de generar un formato exportable– vienen siendo otorgados por cálculos que eluden el territorio en su ecuación. Es muy probable que el cálculo que arrojó los necesarios 7 pisos del mall de Castro incluya variables como número de turistas al año, más que las reales capacidades de compra de los habitantes de la ciudad. En un punto de vista económico, el negocio no es un adefesio.
Sin embargo, la ofensa que produce en tantos estetas urbanos capitalinos no se puede explicar mas que como una mueca de desagrado, producida por lo que ven como la alteración no consultada de su patrimonio cultural anexo. No ‘patrimonio’ en el sentido de pater-onium (lo recibido del padre), como una herencia legada, a la cual se honra porque nos enraiza a nosotros mismos, sino que más bien ‘patrimonio’ entendido como la «suma de los derechos de propiedad». ¿De que propiedad estamos hablando? Aquella que la industria cultural capitalista asumió como una fuente de dinero renovable: la identidad.
Como bien apuntas en tu texto, la identidad comercializada muta y varía, es homologable a productos, guiños, tejas y milcaos. ¿Como medir cuanto de los festivales costumbristas es local e identitario, y cuanto recreado y artificial, pensado para llamar más turistas? ¿Cuantas de las postales son reales, vividas y palpables, y cuantas son escenografías recreadas para la comercialización visual de imaginarios vendibles?.
Por cierto, la «vulneración-por-mutación» de la identidad y la «cultura de un lugar» no pueden ser más que conceptos falaces, pues no existe un estado identitario que pueda ser leido como tal, inmóvil y delimitable. Entonces, el problema no radicaría en que los chilotes quieran comercializar su identidad, pues es el mismo sistema quien les otorga y exije esto como unico medio de supervivencia comercial. El conflicto se torna enrarecido en el momento en que los consumidores de estos imaginarios pseudo-locales consideran que el producto que consumían ha sido alterado (Como cuando a los Chocapic les pusieron cereal integral y ya no sabían a lo mismo…los dejé de comprar para pasarme al muesli, supuestamente más natural y orgánico).
Por lo mismo, los argumentos de caracter patrimonial-normativo («sáquenle 3 pisos»), se vuelven simples soluciones estéticas…algo asi como «Por favor, achínquenlo para que mi foto desde la lancha siga siendo armónica y colorida». Por el mismo lado, los argumentos de carácter ideológico (demuelan el mall) se vuelven en el mayor de los casos en exaltaciones contumbristas de una cultura que necesita embalsamar lugares para seguir sintiéndose auténticos. el Anti-NIMBY: pongan malls en Stgo, en Pto. Montt. pero Chiloé, mi postal, la quiero así, como en las revistas.
¿Cuál sería entonces el real problema de la instalación de un mall regional en un contexto como el centro de Castro? No podemos aludir a un problema económico (al menos no hasta el momento), tampoco a un problema cultural e identitario, fácilmente falseable, sino que a un problema ambiental, en el que el ecosistema dado no soporta un nuevo integrante del tamaño considerado. Mismo caso que Costanera Center, nadie pudo hacer nada, porque el problema ecológico es justamente el argumento que se usaba para promocionarlo: el tamaño, el más grande, el mas simbólico. Frente a la avaricia de los emprendedores locales, solo puede existir una contraparte legal. Es ese el terreno de debate. La necesidad de implementar una normativa que regule el cuoteo de metros cuadrados comerciales en un asentamiento específico, debe ser implementada. Un urbanismo comercial, que vele tanto por el desarrollo, y el progreso, entendido tanto como por los habitantes locales como por las vocaciones de los lugares en cuestión, y al mismo tiempo por la preservación de las dinámicas naturales del ecosistema comercial. Todo un calculo enraizado en el territorio, y no sujeto a las vicisitudes emocionales de quienes, desde el centralismo, ven una postal alterada, un lugar al que ya no volverán a vacacionar, mejor vamos a la patagonia (sin represas aun)….oh wait!!
Saludos y felicitaciones por este espacio!!
lo siento, parece posteo, me motivé
Muchas Gracias Liliana, muy buenos tus argumentos, había leído algo tuyo en Sentidos Comunes. Estas cordialmente invitada a participar en adelante, escribes muy bien. Saludos
Yo veo del punto de vista distinto, es que todo el mundo quiere desarrollar sostenible y rápido, pero una cosa que nadie pone atención, es que dentro de ese proceso, tenemos que sacrificar algo, o el desarrollo sostenible o el desarrollo rápido.
Desde el ángulo demográfico, la población está aumentando cada vez más rápida y paraliza con eso es la pregunta de espacio social para que la gente entretenga, para que satisfaga las demandas diarias como comprar, vacacionar etc. Y qué está occuriendo en Chile, como un amigo chileno me confesó: «es lastima veo que ahora la gente chilena está olvidando la manera tradicional de comprar cosas en distintos locales donde se vende ciertas cosas, saludar a el vendedor (la vendedora), preguntándolos como va la vida etc., mientras tanto nosotros los chilenos están costumbrando con los Mall». Y aquí tenemos una de las respuestas para la construcción del Mall de Castro.
Desde el ángulo económico, imaginase, si fuera un inversionista, se va a publica su plan ante un consejo civil, activistas ambientales para que espere meses, años (lo que un negociante nunca ha hecho) para la aprobación de su proyecto. Y después de cumplir la construcción, se va a ganar dinero lo cual gastó para el proyecto. Entonces, fácilmente entendemos por qué aparece ese Mall en una manera tan rápida y tan silencia así.
Desde el punto de vista de una persona local, la pregunta es: Ella o Él está seguro que nunca en su vida ha entrado a ese Mall? y lo otro que estoy seguro de que mucha gente local se va a poner palabras de adoración cuando entre a ese Mall una vez que el Mall logre cumplir su construcción. Entonces, por las demandas de la vida, el Mall seguramente se va a quedar bien porque la gente se correr por él para comprar, para buscar trabajo dentro de ese Mall.
Como un dicho: Por lo que no podemos cambiar un hecho, debemos cambiarnos entre nosotros mismos para que enfrentemos a la verdad y adaptemos mejor con la nueva situación, quejar es bueno pero es mejor todavía usa el tiempo de quejar para hacer algo más útil para que en el futuro, nuestros hijos no volverán a cometer el mismo error. La respuesta es clara y para Uds los chilenos (igual que los otro ciudadanos de otros países): que elijan O el desarrollo sostenible (y demora tiempo para que pueda avanza pero pueden conservar la naturaleza) O el desarrollo rápido (y seguramente que tienen que sacrificar la naturaleza). la vida es dura, tenemos que elegir no más, nunca te da todo en mismo momento.
Minh, muchas gracias por tu respuesta. Pero creemos que para este caso el tema no trata de mall o no mall, de comprar o no comprar o como comprar, que eso daría para una discusión bastante más amplia e ideológica (aunque toda discusión es ideológica)… sino que hay un tema de escala relativa entre la intervención del mall y el lugar en el que se emplaza. Por poner un ejemplo: no es lo mismo un rascacielos en NY que se pierde en el bosque de torres que en una ciudad pequeña… en ese sentido la desproporción de tamaño evidente en el mall de Castro respecto a Castro altera, en su irrupción abrupta, su ecosistema irremediablemente… la pregunta es: ¿es deseable esta alteración?, ¿cuáles son sus consecuencias futuras? y así podríamos seguir… lo que si está claro y no hace falta ser un experto en arquitectura ni mucho menos que la intervención de Castro es, por lo pronto, desafortunada e hipoteca su futuro.
vostokproject,
Yo entiendo bien el tema, por lo tanto yo comenté que el desarrollo rápido nunca paraliza con un desarrollo sostenible, lo cual se cuenta con todos los beneficio, tanto de los vecinos del lugar como de la naturaleza.
Yo, como un extranjero quien recorre por todas las partes de esta tierra chilena hermosa haciendo fotografía y conociendo la gente, tengo un cariño muy grande a tu país. Pero como mencioné en el último comentario, tenemos que enfrentar a una verdad de que ya está allí la construcción del Mall y no hay ningún posibilidad de que detengamos el proceso de la construcción. Esa es la manera que este mundo hoy día funciona. Todo el mundo entiende bien que sí necesitamos la voz de un experto individual o un consejo de los especialistas en arquitectura para intervenir a esta vergüenza, todo el mundo sabe que sí esa alteración es inaceptable en comparación con la vista comprehensiva de Castro, pero nadie hace nada, el Mall se crece día a día.
También mencioné que «quejar es bueno pero es mejor todavía usa el tiempo de quejar para hacer algo más útil para que en el futuro, nuestros hijos no volverán a cometer el mismo error», digamos, ahora mismo, a través de ciertas acciones, educamos a nuestros hijos lo que es la lección que sus padres resultaron de esta vergüenza para que ellos aprendan y no hagan lo mismo en el futuro. Y yo, por mi parte, tengo guardado las imágenes lindas de Castro sin Mall para que cuente con mis amigos en otra parte de Chile y del mundo que así está pasando en el mundo, nosotros el ser humano estamos destruyendo los regalos de la naturaleza por nuestras mismas demandas, y ojalá que no se repita la misma vergüenza en otra parte tanto de chile como de otro país. Y así cultivamos las semillas de conocimiento de preservar y cuidar lo que tenemos, es la mejor manera de responder y seguramente que es mejor que perdemos más tiempo para discutir sobre un hecho que ya sabíamos que no se va a cambiar nada.