Últimos modernos: volúmenes bajo la luz a las sombras de Chernóbil. Por: Gonzalo Carrasco Purull + Pedro Livni.
Templo de la Naturaleza y la Razón.
Etienne-Louis Boullée proyectó hacia el año de 1793 un grabado titulado “Templo de la Naturaleza y la Razón”. Consiste en un dibujo que muestra la sección de un edificio formado por tres niveles escalonados que rematan en una cúpula semiesférica. Esta arquitectura de volúmenes elementales, encierra en su interior una especie de gruta, a la cual no se puede tener acceso, sino que tan sólo se puede contemplar. Tres puntos de observación son posibles en este interior, dos ubicados en unas bóvedas de cañón que se abren hacia la gruta, además de la disposición de una galería circular que permite la vista desde lo alto. Mientras que toda esta arquitectura – que sirve de contenedor a la gruta – hace referencia a un mundo dominado por una estricta lógica – que hace de esta una arquitectura “razonada” en el sentido más amplio. La gruta actúa como su opuesto, como su antinomia, como el término – que desde su negatividad – completa la sentencia dialéctica, no resuelta, del binomio naturaleza y razón. Para Boullée, como para gran parte del pensamiento moderno, será la razón la que sirva de custodia para la naturaleza, dominio de lo azaroso, del accidente, de lo fragmentario. Para la Ilustración, el caos que trae la naturaleza – que muchas veces encuentra su expresión mediante la catástrofe y el desastre – tiene que ser resguardado, contenido por la razón. Esta al final es la que debe prevalecer. El control por lo tanto será el mecanismo preferido por el pensamiento moderno para dar límites a una naturaleza que trabaja desde lo imprevisible. Lo moderno será desde entonces el terreno de lo proclive a ser controlado, a lo que puede ser catalogado, fichado, clasificado. Lo moderno será lo que tiene límites, la zona segura de la razón que todo ilumina, que no deja contornos sin definir.
El historiador Emil Kaufmann en su texto clásico “De Ledoux a Le Corbusier”, hacía llegar hasta la Ilustración – y a los llamados “arquitectos revolucionarios”, como Ledoux, Boullée y Lequeau – las raíces de la “arquitectura moderna”. Para Kaufmann sería Le Corbusier quien mejor canalizaría las ideas y argumentos de los arquitectos revolucionarios. Habría algo así como un “hilo de Ariadna” que vincularía al pensamiento producido durante la Ilustración y la arquitectura moderna. El control del accidente, de la catástrofe y del azar por medio de “volúmenes bajo la luz” – elementales, rotundos – será un argumento que migrará desde las postrimerías del siglo 18 hasta las primeras décadas del siglo 20. Le Corbusier mismo en su “Vers une architecture” – específicamente en su “Lección de Roma”, deducirá las claves de su arquitectura de sólidos elementales, a partir de los edificios públicos imperiales. Edificios todos que funcionaban como contenedores. La contención y una arquitectura elemental, lógica, razonada, serán proposiciones todas que integrarán el discurso moderno. En lucha constante con todo lo accidentado, fragmentario, huidizo y que se resiste a ser controlado.
Desastre: la lógica de un mundo incompleto.
El siglo 20 no puede ser explicado sin el surgimiento de la energía nuclear. Gran parte de las guerras, las victorias y derrotas, así como los escenarios geopolíticos y los vaivenes económicos del siglo pasado pueden ser leídos desde el calor del núcleo de un reactor nuclear. Con la energía atómica, por una parte, el mundo moderno alcanzaba una de sus más grandes victorias – encerrar la energía del sol, de las estrellas – al mismo tiempo que se anotaba una de sus más amargas derrotas. Hiroshima y Nagazaki primero, y Chernóbil después, serán nombres bajo los cuales figurarán, entre otros, todas las esperanzas rotas de un pensamiento que desde la Ilustración creía dar forma al mundo mediante el control de una razón totalizadora.
Lo que habló detrás de esa madrugada de aquel 26 de abril de 1986 fue la resistencia de una realidad dominada por el caos y lo arbitrario, por el accidente y la catástrofe. Que como el demonio de Norbert Wiener, termina por hacer saltar por los aires las fichas del tablero. La naturaleza, el destino, la providencia, terminaba por devolver la forma a un mundo que descansa en la “estabilidad” del caos.
Múltiples fueron los errores técnicos y humanos que se sumaron ese sábado de inicios de primavera. Una época donde los campos de Ucrania se visten de colores y donde la gente pasea ligera de ropa, en mangas de camisa. Fue a las 01:24 de la madrugada, cuando el reactor número 4 de la planta de Chernóbil estalló, liberando a la atmósfera 200 toneladas de material radiactivo – un equivalente entre 100 y 500 bombas de Hiroshima. En lo que fue hasta el desastre de Fukushima, el desastre nuclear más grande de la historia.
Las primeras horas que siguieron al desastre de Chernóbil, fueron de absoluto secretismo. Las autoridades soviéticas – que dirigían aquel imperio crepuscular – decidieron hacer como si nada hubiese pasado. Chernóbil constituía la central más importante de la Unión Soviética, por lo que la sola información del accidente, colocaba en riesgo el papel que jugaba dentro del escenario político mundial. A esto se le sumó la presencia de instalaciones militares altamente secretas en las cercanías de Chernóbil, como eran los radares de detección temprana instalados con el fin de detener cualquier ataque nuclear norteamericano sobre suelo soviético.
No fue hasta dos días después del accidente, y debido a los niveles alcanzados de radiación liberados por el incendio del reactor 4, es que las autoridades decidieron bajar la cortina de hierro levantada alrededor de Chernóbil. Es así como se envió un contingente de más de 3.500 personas destinadas a contener el desastre. Un contingente – conocido más tarde como los “liquidadores” – formado bomberos, soldados, funcionario y voluntarios soviéticos. Un grupo que llegó en los meses siguientes, a sumar cerca de 600.000 personas.
Hasta el día en que llegaron los “liquidadores”, la población de Pripiat – en las cercanías de la planta – seguían llevando su vida de manera relativamente normal. Los niños seguían jugando en los patios de las casas, en las plazas y parques. Seguían bebiendo leche y agua de Chernóbil. Pripiat fue fundada en 1970, con el fin de albergar a los futuros trabajadores de la central nuclear que sería puesta en funcionamiento en 1977. Al momento del accidente tenía alrededor de 48.000 habitantes y era una de las localidades donde se obtenían los mejores salarios de la Unión Soviética. En Pripiat, se podía decir que la vida era buena.
Los “liquidadores” por su parte se enfrentaron con un infierno radioactivo, pertrechados con lo mínimo. Sin trajes ignífugos, ni siquiera cascos de seguridad, quienes participaron controlando el desastre esos primeros meses en Chernóbil acabarían con el tiempo muriendo de cáncer, víctimas de los altísimos niveles de radiación a los que estuvieron expuestos. Por otra parte, las emanaciones radioactivas rápidamente se esparcieron a través de la atmósfera por todo el planeta, afectando principalmente al continente Europeo. Producto de esto, es que el número de afectados por los efectos de la radiación de Chernóbil traspasan el territorio de Ucrania, Bielorrusia y Rusia, con efectos que aún no logran dimensionarse en su real magnitud. La Organización Mundial de la Salud estima en 9.000 la cifra de muertos, mientras que Greenpeace eleva la cifra hasta los 93.000. A esto, hay que sumarles los miles de personas que se vieron en la obligación de dejar sus hogares. La ONU por su parte, estima que 7.000.000 de personas viven actualmente en territorios con niveles de radioactividad superiores a los límites admisibles, producto de Chernóbil.
Exclusión.
Luego de las evacuaciones masivas, las autoridades soviéticas levantaron una zona de exclusión alrededor de Chernóbil en el año 2000, lo que convirtió a ciudades otrora bullentes como Pripiat, en ciudades fantasma. El área de exclusión en torno a Chernóbil tiene un radio de 30 kilómetros, más allá del cual hay un área de “reasentamiento”. Ambas tienen un total de 2.600 kilómetroscuadrados, de los cuales 1.500 a 2.000 nunca serán aptos para vivir. Esto dado que los isótopos radioactivos tienen un período de desintegración de 24.000 años. Sólo para que disminuyan los niveles de Cesio y Estronio habrá que esperar a lo menos 300 años.
Las autoridades ucranianas en una convención celebrada la semana pasada en Kiev, hicieron público un Atlas que actualizaba los datos de los niveles de radioactividad producto del desastre de Chernóbil. El informe da cuenta de los altísimos niveles alcanzados en el suelo en torno a Chernóbil, de Cesio-137, Estroncio-90, y Plutonio 238, 239 y 240. Junto a esto, se pronostica un aumento en los niveles de Americio hacia el año 2056, fecha cuando la concentración de Americio-241 alcance su máximo valor producto de la desintegración del Plutonio-241.
Sin embargo, y a pesar del establecimiento del área de exclusión, las autoridades ucranianas recientemente han abierto Chernóbil como un destino turístico. Por una tarifa de 470 dólares se puede viajar a Chernóbil y pasar una noche en las cercanías de la planta nuclear, a 15 kilómetros de esta. En recorridos organizados por agencias autorizadas por el Ministerio de Emergencias de Ucrania, se pueden recorrer las calles de Pripiat la ciudad desierta y obtener vistas hacia las ruinas de la planta. En donde el día de hoy se sigue trabajando en las labores de limpieza. A pesar de que está prohibido el hecho de llevarse objetos de Chenóbil, el saqueo de souvenir nucleares, ha despojado a Chernóbil de gran parte de los objetos que los habitantes de Pripiat dejaron el día de la gran evacuación.
Sin embargo, y a pesar de la desolación que se observan en las fotografías de las calles e interiores de Chenóbil, la naturaleza ha reconquistado su sitial. Manchones de hierba aparecen por doquier, llenando el vació dejado por un pasado que ya no existe más. En la soledad de un parque de diversiones cuya rueda detuvo su marcha, el tiempo de la naturaleza parece haber sido restablecido. El caos de la catástrofe, al eliminar el control de la técnica moderna, restauro el orden de lo fragmentario, de lo no predecible, el mundo de lo natural.
El sarcófago y la bóveda.
En los días que sucedieron al desastre de Chernóbil, los equipos de “liquidadores” lograron detener momentáneamente las fugas radioactivas inyectando cemento al interior de la sala del reactor de la planta. Una operación, a la manera de los vaciados ejecutados por Rachel Whiteread que se ajustan a la forma del contenedor, ejecutada con la premura que da la emergencia. Un método paliativo que con el tiempo, debido al agrietamiento del hormigón, se ha mostrado insuficiente.
Si los vaciados de Rachel Whiteread operan como sólidos corpóreos que evidencian en su negatividad una vida, una historia siempre pasada y muerta, a la manera de los embalsamamientos, en su intento de mantener y preservar las huellas del cuerpo, las huellas de lo acaecido. El sólido del reactor, si bien replica y completa su propio cuerpo en al vaciado de hormigón, opera como contención y ocultamiento de un núcleo siempre vivo, dando cuenta de la cercanía de un pasado próximo, tecnológicamente incompleto, que comúnmente se propone superado, intentando el sarcófago borrar sus huellas.
A pesar de las constantes advertencias llevadas a cabo por los científicos y autoridades de que el sarcófago de Chernóbil presentaba fisuras, no fue hasta el desastre de Fukushima del pasado marzo que no se logró consenso y sobretodo voluntad política para afrontar el problema de Chernóbil.
Es así como la semana pasada se celebró en Kiev un encuentro multinacional destinado a dar solución a las fugas del reactor, las cuales de no remediarse podría significar la fuga del 95% del material radioactivo que todavía está alojado al interior del reactor.
El encuentro de Kiev constituyó el tercero de este tipo, sumándose a las conferencias de Nueva York (1997) y Berlín (2000), en las cuales se había fijado el año 2008 como fecha de término para las obras de contención de Chernóbil.
Los proyectos de contención datan de los años noventa y están gestionados por el Banco Europeo de Reconstrucción y Desarrollo (BERD). El primer proyecto consiste en la construcción de un gran almacén destinado a albergar los residuos nucleares que fueron producidos por la planta hasta el año 2000, fecha en que se cerró definitivamente. Este proyecto, a cargo de la empresa francesa Framatom, quedó inconcluso, siendo abandonado el año 2005 por presentar defectos técnicos. Levantándose hoy en día en las cercanías de la planta como un magnífico monumento a la incompetencia humana.
El segundo proyecto – llevado a cabo por el conglomerado comercial Novarka – consiste en una estructura en la forma de una bóveda de acero y cemento de190 metros de ancho y 105 metros de alto. Un tamaño tal que es capaz de contener en su interior la Catedral de San Pablo de Londres o la Estatua de la Libertad de Nueva York.
Esta mega-estructura de 20.000 toneladas de acero y un costo de $785 millones, está pensada para construirse en cinco años. Los altísimos niveles de radiación alcanzados sobre la planta, hacen impracticable la construcción directamente sobre esta. Por lo que la estructura tiene que ser construida casi en su totalidad mediante elementos prefabricados.
El sitio de la obra se divide en tres áreas. Una correspondiente a la misma planta – el objeto a contener – , un área de espera de los componentes a montar y una superficie destinada al ensamblaje de las piezas. En esta última y como primera operación, se construyen una serie de fundaciones de hormigón destinadas a servir de apoyo para las grúas que construirán la bóveda. Estas fundaciones no sólo alojan hormigón, sino que también gran parte de los desechos radioactivos generados por la planta. Es así que la subestructura de la bóveda funciona como un gran almacén radioactivo, asegurado por múltiples capas de hormigón. Sobre esta plataforma se llevan a cabo las faenas de montaje. Los componentes de acero son trasladados ya ensamblados al sitio de la obra, en donde se conectan entre sí formando un arco cuatripartito. El cual es izado para dar forma así a un primer segmento de la bóveda. Operación que se repite para el segundo segmento, el cual una vez terminado de montar es unido al primer segmento, dando forma así a la bóveda.
Todas las instalaciones de control ambiental al interior de la bóveda ya vienen incorporadas, minimizando así el número de operaciones llevadas a cabo en el sitio. Esto con el fin de reducir el número de operarios requeridos y las horas de exposición a la atmósfera contaminada de Chernóbil. Es así que para gran parte de las faenas, se contempla el empleo de robots y maquinaria tele-dirigida, con el fin de evitar escenarios como el sufrido por los cientos empleados que formaban parte de los “liquidadores”.
La estructura una vez izada es asegurada por capas de hormigón que la protegen a la vez de la acción del ambiente – especialmente del riesgo de la presencia de agua al interior del reactor – así como la prevención de futuras fugas. Al interior de la bóveda todo un sistema de instalaciones está destinado a asegurar el control del ambiente al interior del reactor (humedad, temperatura, oxígeno, radiación), el cual se espera poder ser desmantelado cuando se vuelva un poco más estable. Esto es, dentro de unos 100 años más como mínimo.
Una vez que la bóveda está montada en el área de ensamblaje, esta se desplaza mediante rieles en dirección a la planta, hasta cubrir completamente el área correspondiente al reactor.
Nuclear: ¿un buen negocio?
El costo total para poner en ejecución las operaciones de contención de Chenóbil asciende a los $1,8 bn, de los cuales en la pasada conferencia de Kiev, sólo ha podido ser recaudada una fracción de esta. 28 países suscribieron el acuerdo de Kiev, de los cuales el mayor aporte provino de la Comisión Europea que entregó $143 millones, mientras que Estados Unidos aportó con $123 millones y el Reino Unido con $50 millones. Hasta el momento, países como Japón, Italia y Canadá están estudiando el monto de sus contribuciones. Los costos que hasta ahora ha costado Chernóbil sólo al gobierno ucraniano, ascienden a los $12 bn.
Mijaíl Sergéyevich Gorbachov – presidente de la Unión Soviética al momento de ocurrido el desastre de Chernóbil y ahora a la cabeza del grupo “Green Cross International” – aprovechó la conferencia de Kiev para señalar que el poder nuclear no es la respuesta a los problemas energéticos globales ni al cambio climático. Gorbachov señaló que mientras la energía nuclear ha sido presentada como una solución financieramente conveniente, económicamente eficiente, limpia y segura, está ha sido sostenida principalmente a través de fuertes subvenciones, en detrimento de investigaciones en torno a otras fuentes de energía. Sólo en los Estados Unidos, los subsidios directos para la energía nuclear entre 1947 y 1999 ascienden a $115 bn. Suma a la que se le tiene que agregar $145 correspondiente a subsidios directos. En cambio, los subsidios destinados al desarrollo de la energía solar y eólica – combinadas y en el mismo período – no superan los $5,5 bn.
Últimos modernos.
De concretarse la construcción de la gran bóveda sobre Chernóbil no sólo constituirá el fin de una época en que la energía nuclear era vista como segura, limpia y económicamente viable, sino que además marcará la construcción de la última operación moderna. Pensamiento bajo el cual el control era la forma como nos relacionábamos con la naturaleza, lo caótico, lo fragmentario, lo impredecible, la entropía.
La bóveda sobre Chernóbil opera como el espejo negativo de la cúpula geodésica que Fuller propusiera para Manhattan (1962), en plena Guerra Fría, bajo el temor de un posible ataque nuclear soviético. La misma operación, dos formas perfectas, un cañón corrido y opaco que esconde el sarcófago agrietado – que daba cuenta del cuerpo viviente del reactor – para impedir que la radiación escape, una semiesfera transparente que controlaba el ambiente ideal de un fragmento de ciudad e impedía, a su vez, el posible ingreso radiactivo de un posible ataque nuclear. Una utopia moderna, de control, enfrentada a una realidad post- Fukushima, de control del desastre.
Y tal como el templo de Boullee se levantaba como un canto al poder de la razón como fuerza que da forma al mundo, custodiándolo, colocándolo a salvo de los poderes disgregadores de la naturaleza. En Chernóbil lo que será custodiado, serán las ruinas de la era del control, en que a través del poder de las tecnologías el hombre encerraba el poder de las estrellas. En Chernóbil la instalación de la bóveda – con sus suaves volúmenes bajo la luz – completará y ocultará una tecnología siempre incompleta, sólo llenada a través del poder disolvente de la contingencia traducida en el accidente y la catástrofe.
En Chernóbil lo que será levantado, será el último moderno. VKPK